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Raúl Pérez, cómico: “Me cuesta imitar a políticos como Abascal o Alvise por el riesgo de humanizarlos”

Capaz de transformarse en cualquier personaje como si fuese fácil, explica los secretos detrás de sus célebres imitaciones y reflexiona sobre sus miedos, la muerte o la comedia. “Valoro trabajar con gente que no sea tóxica”, confiesa

El humorista Raúl Pérez.
Eva Baroja

Raúl Pérez (Madrid, 49 años) es un ladrón de almas. “En el fondo, es lo que hago. Me veo como un enfermo vídeos, declaraciones, fotos de un personaje para llegar a la esencia de lo que es, a lo que diría realmente”, explica, filosófico, en una cafetería. “A veces, me pregunto si pueden acusarme de un delito de suplantación de identidad”. Observador, se coloca estratégicamente debajo del aire acondicionado para que no le dé directamente. “Es por la garganta”, reconoce.

Este ingeniero de telecomunicaciones, tímido y buen estudiante, descubrió en la universidad que tenía “un don”. Imitó a sus profesores en la cena de fin de curso. Y al verse radiografiados, disimularon sus gestos en clase al día siguiente. Allí se dio cuenta de que “podía cambiar la realidad”. Después, vinieron los guiñoles, la radio, la tele... Y sus mil caras y voces. Las de Miguel Bosé, Iker Jiménez, Luis Zahera o Josep Pedrerol, por decir algunos recientes de a los que roba el alma en El Intermedio, Ilustres ignorantes o la Cadena SER.

Pregunta. ¿Cómo se imitaría a sí mismo?

Respuesta. Ostras, ¡qué difícil! Tengo muchos tics. En el colegio, guiñaba los dos ojos a la vez. Ahora subo el moflete derecho, como si tuviera un tic nervioso. Me acelero mucho o hablo muy bajito. Iría por ahí...

P. ¿Quién sería capaz de hacerlo?

R. Mi hermano, tenemos una voz muy parecida. Por teléfono, nos confunden. Aunque si me imitasen, en mí habría un punto de resistencia. Diría: “Bueno, ¡no sé si yo soy!”. Pero me encantaría verme. Porque te das cuenta de cómo eres realmente. Cómo te expresas, cómo te mueves, qué haces. En el día a día, estamos tan abstraídos que no nos miramos dentro.

P. Le encanta juntarse con el personaje real, pero si la imitación no es fina, está vendido, ¿no?

R. ¡Pero es más excitante porque no hay trampa ni cartón! Te expones, pero también te permite coger en tiempo real detalles que se te habían escapado y pulir en directo la voz y los gestos.

P. ¿Cómo tiene que ser alguien para que le apetezca imitarlo?

R. Caerme bien y que tenga un trasfondo guay. Alguien con el que me iría de cervezas o a una casa rural. Me gusta imitar a gente que no ha imitado antes. Hace unos años, cuando trabajaba en la radio, hacía personajes muy expuestos que hoy no me apetecería hacer porque no me aportan.

P. ¿Por ejemplo?

R. Gente de la prensa rosa, de los tiempos de Sálvame, políticos...

P. ¿Cómo lleva imitar a los de extrema derecha? Hace cuatro años decía que no le apetecía imitar a Santiago Abascal...

R. Sí, me tengo que tragar mis palabras porque lo he imitado. También a Alvise, a Ortega Smith... Me cuesta porque pienso que corro el riesgo de humanizarlos. También me pasa con Trump... Aunque él se ha convertido en un personaje que los imitadores no podemos superar. Me genera un dilema moral porque creo que la imitación no les daña, solo les beneficia. Son los únicos. Les daría el altavoz justo. Por lo demás, la clase política nos necesita para conectar con la gente.

P. ¿Y Pedro Sánchez?

R. No es de los complicados. Los presidentes del Gobierno, a medida que pasan años en el poder, van cambiando de voz. Antes la de Sánchez era más clara y aguda. Ahora, más grave, las eses le resbalan. Y tiene un gestito muy sutil, animo a la gente a que se fije, que es hacer pausa breve para respirarse a sí mismo. ¡Sabe de su belleza! [Se ríe].

P. Vivimos en la era de la crispación... ¿Tiene haters?

R. No muchos, tengo X olvidado. Solo uso Instagram. Un día imité al torero José Padilla y no gustó a un sector. Recuerdo un comentario que es la esencia del odio fino: “Más respeto, hijo de puta”. Irrebatible. Lo tengo enmarcado como el mejor comentario de un hater.

Mi padre murió de cáncer y yo puedo hacer chistes sobre el tema. El humor es liberador e inclusivo"

P. ¿Se puede hacer humor de todo?

R. Sí, hasta el Código Penal. Se lo oí a Javier Cansado y me lo apropié. Mi padre murió de cáncer y puedo hacer chistes de cáncer sin que suponga nada. El humor es liberador, sanador e inclusivo. ¿Cómo que no se pueden hacer chistes con la gente que va en silla de ruedas? Eso es una forma de excluirlos más de la sociedad. Otra cosa es que sea gratuito y ofensivo, pero si tiene su base o su gracia...

P. ¿Nos ofendemos cada vez más?

R. Tenemos más altavoces para quejarnos y más necesidad de casito.

P. Está preparando su propio espectáculo teatral. ¿Cómo gestiona el estrés?

R. Tengo varios dobles [Se ríe]. No lo sé. Me cunde mucho el día, pero cuando se juntan demasiadas cosas... Me da miedo forzar la máquina y temo que mi cabeza pete. Pienso en mil cosas todo el rato, en mil personajes. Valoro mucho llegar a viejo sano mentalmente. Porque, a veces, me imagino un día hablando solo, perdiendo los estribos, haciendo voces en una residencia...

Raúl Pérez frente a un quiosco de prensa en el barrio Ibiza de Madrid.

P. ¿Qué hace las cuatro horas que tardan en caracterizarle?

R. No se puede hacer nada... Me duermo, repaso, son horas de concentración máxima. El momento más bonito es quedarme sobado, abrir los ojos, y ver que estoy a medio camino entre el personaje y yo. Y decir: “Ostras, ya está viniendo. Como una posesión, ¡lo tengo dentro ya!”. Es un proceso muy artesanal. Hay mucho trabajo que no se ve.

P. ¿Por qué le cuesta exteriorizar sus sentimientos, incluso los buenos?

R. Por un desencanto que tuve... Me llamaron para la versión española del Saturday Night Live y duré un programa. En el segundo, cogieron a otro imitador y no entendí nada.

P. ¿No le dieron ninguna explicación?

R. No recibí ninguna llamada para decirme que ya no contaban conmigo. Fue un bajón. Esa experiencia me hizo tener los pies en tierra. El otro día un amigo me dijo que me “flipo demasiado poco para lo que podría”. En mi generación, a los chicos que éramos más responsables y nos iba bien en los estudios, nuestros padres nos frenaban mucho sin querer. “Cuidado con esto, cuidado con lo otro”, nos decían. Esa herencia hace mella y te va empequeñeciendo. Supongo que por eso no salto de alegría cuando cumplo algún sueño.

 Me da miedo forzar la máquina. A veces, me imagino un día hablando solo, perdiendo los estribos"

P. O sea que de ego va bien...

R. Está muy controladito. Valoro trabajar con gente que no sea tóxica más que otra cosa. Me gusta esta cita de Gloria Fuertes: “Lo primero, la bondad. Lo segundo, el talento. Y lo demás, es cuento”. Si eres buen tipo, vas a llegar lejos.

P. En su monólogo en Diario vivo confesó que últimamente piensa en la muerte. ¿Por qué?

R. Desde que soy padre... No tengo miedo a la muerte, sino que pienso en las cosas que me perdería. Me sirve para darle más valor a la vida. Tener más motivación. Porque cualquier día se acaba.

P. ¿Dejará de imitar?

R. No mientras mi cuerpo y mis cuerdas vocales resistan. Quiero hacer más cosas, pero la imitación va a estar siempre.

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Sobre la firma

Eva Baroja
Periodista de EL PAÍS, periódico en el que realiza entrevistas y reportajes de cultura y sociedad en distintos formatos. Ha dirigido y presentado el documental ‘Miradas del agua’ y varios videopodcasts. Pasó por La Sexta y Onda Cero. Graduada en Periodismo y Filología Hispánica por la Universidad de Navarra, es experta en comunicación política. 
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