La crisis de la política
Resulta vital dar la batalla ideológica contra el neoliberalismo y actuar en consecuencia para mejorar la gobernanza democrática


En un reciente artículo, Cristina Monge analiza con lucidez las dificultades de la izquierda para entender el malestar social y las causas del auge de las extremas derechas.
Comparto su diagnóstico, pero sugiero dar un paso más en la búsqueda de las causas profundas de esta incapacidad. No niego el desconcierto y la subalternidad ideológica de las izquierdas. Durante décadas se ha ignorado la desigualdad creciente de renta y de riqueza, justificándola con el placebo de la meritocracia. La socialdemocracia asumió el dogma del mercantilismo, que ha convertido al mercado en el gran regulador de la sociedad, haciendo de los ciudadanos meros clientes, también de la política.
Ahí pueden estar algunas claves de la crisis de confianza que sufre la política. Pero que afecte no solo a los partidos sino a todos los órganos de intermediación social y en todo el mundo me hace sospechar que hay algo más que torpeza o indistinción política.
Sugiero explorar una hipótesis basada en las lecciones de la historia. Asistimos a uno de esos cambios de época en el que confluyen e interactúan tres grandes disrupciones. Una revolución tecnológica (digitalización) actúa como desencadenante del resto de procesos, entre ellos la obsolescencia de las estructuras socioeconómicas conocidas y la aparición de un nuevo orden (globalización). Todo, avalado por una ideología (neoliberalismo) que legitima el (des)orden emergente.
La digitalización no tiene solo impactos económicos. Se trata de una tecnología disruptiva que modifica radicalmente todas las relaciones sociales, laborales, educativas, afectivas. Fomenta la disgregación social y dificulta la integración de intereses y vertebración de identidades, que es una de las funciones de la política.
La globalización no es un paso más en la dimensión de los mercados. Comporta un desequilibrio de poder brutal entre mercados financieros globales y sociedades y políticas locales. La crisis de un insuficiente y desequilibrado multilateralismo agrava aún más las consecuencias de la falta de gobernanza democrática de la globalización. Eso no significa que la política no pueda hacer nada. En España, el Gobierno de coalición ha demostrado que existen márgenes de actuación, pero también limitaciones para abordar realidades sometidas a poderosas lógicas globales, como la inmigración o la vivienda convertida en un producto financiero.
Todo orden social precisa de una ideología que lo legitime. Esa es la función de un neoliberalismo que promueve un individualismo tirano y nihilista que tiene su expresión máxima en la figura del triunfocrata, como los que desfilaron por el Madrid Economic Forum. Al tiempo que defiende una idea de libertad que niega la comunidad, erosiona los espacios de socialización e impulsa un tribalismo que adopta diferentes formas de corporativismo y nacionalismo.
Por supuesto, no basta con analizar estas causas materiales. Es vital dar la batalla ideológica y actuar políticamente. Abordar los retos de la inmigración requiere entender los rechazos que suscita, pero sobre todo dedicar más recursos públicos para facilitar la acogida en los centros educativos, para impedir la creación de guetos urbanísticos, para evitar que las personas deban competir entre ellas para acceder a derechos y prestaciones sociales.
Son medidas imprescindibles, como lo es que las políticas de transición ecológica y energética tengan en cuenta los costes sociales de su implementación y se pacten con trabajadores y territorios afectados. O que las políticas feministas sitúen la igualdad en el centro de sus prioridades. Pero eso por sí solo no evita la penetración de la xenofobia, el negacionismo o el machismo.
La habilidad de las extremas derechas para aprovechar las causas del malestar no explica por sí sola su éxito. A su favor tienen una digitalización que facilita la difusión a la velocidad de la luz en las redes sociales de ideas simples y de fuerte carga emocional. A ello contribuye la doble crisis, de función social y de modelo de negocio, de los medios de comunicación, que los lleva a competir por la audiencia en el terreno de la coprofilia y de la crispación. Y unas ideas que cuentan con raíces profundas en nuestras sociedades: el patriarcado, el tribalismo, el nacionalismo.
Para transformar la realidad es imprescindible acertar en la mirada con la que la observamos. No podemos cerrar los ojos ante las responsabilidades de los agentes políticos y sociales, pero tampoco limitarnos a relatos morales en los que prima su culpa.
Nuestra responsabilidad es construir un proyecto que ilusione a los “perdedores” de la globalización, a los que las extremas derechas ofrecen la dignidad de las “víctimas” y la oportunidad de revancha, en palabras de Andrea Rizzi. Como las ideas, por muy bellas que sean, no florecen sin organización, para que el proyecto se abra paso necesitamos construir nuevas formas y espacios de intermediación social que permitan integrar intereses, vertebrar identidades, socializar a la ciudadanía.
Estos procesos no son fáciles ni rápidos. Basta recordar el tiempo que se necesitó para civilizar el salvaje modelo de industrialización. Pero como “a largo plazo todos muertos”, urge trabajar en el que es el principal reto de nuestras sociedades. Europa, con sus limitaciones y miserias, debe desempeñar un papel clave. De momento, no tenemos otro espacio político territorial en el que intentarlo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad , así podrás añadir otro . Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.