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Gerardo Fernández Noroña
Columna
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Noroña, silenciador en jefe

Crecido en el estridentismo, el líder del Senado comienza a ponerle el pie a su propio partido

Gerardo Fernández Noroña durante la sesión de la Cámara de Senadores.
Viri Ríos

El líder del Senado mexicano, Gerardo Fernández Noroña, creció en el estridentismo. Irrumpiendo vociferante en comparecencias para acusar a su oposición de corrupta, criminal y asesina. Negándose a pagar impuestos que consideraba injustos. Haciendo del baño en la calle por considerar que el servicio era demasiado caro. Protagonizando marchas, bloqueos y llamados abruptos a la desobediencia civil.

Noroña cimentó su trayectoria política en la confrontación, la teatralidad y la agitación callejera.

Que ha triunfado, nadie lo discute: hoy preside el Senado desde el partido más poderoso de América Latina. Ahora nos observa desde las alturas.

Y desde esa nueva posición su estridencia se ha vuelto curiosamente selectiva. De aquella defensa frontal de la clase trabajadora apenas quedan vestigios.

Ahora, cuando los trabajadores le reclaman la reducción de la jornada laboral, Noroña se desentiende. Ya no grita, no pelea, no llama a irrumpir en los recintos. En su lugar, los regaña. Les llama agachones, los acusa de flojos y los culpa de su propia situación.

El nuevo Noroña se encumbra en un realismo político desde el cual, según él, no puede hacer nada. No importa, dice el líder del Senado, si su partido cambia las leyes laborales. De nada sirve, si de todas formas el trabajador no está organizado para demandar la implementación de esas leyes.

De haberlo sabido cuando pidió el voto. De haberlo sabido cuando hablaba de la importancia de poner el destino de la patria en manos de su partido de izquierda.

El recientemente adquirido realismo político de Noroña contrasta con el estridentismo que sí cultiva, pero en su relación contra los vulnerables. No es poco común ver al líder del Senado confrontándose con estudiantes de 19 años, campesinos, ciudadanos y periodistas. A todos los cuales tilda de hipócritas por supuestamente no haber alzado la voz antes. Una acusación no solo falsa sino endeble, pues ahora que él encarna el poder y tiene por responsabilidad resolver los reclamos.

Noroña, quien hace menos de un año se proclamaba “plebeyo”, se ha reinventado como la aduana de la protesta. El cadenero de la legitimidad que exige, como condición previa para cualquier reclamo, un pedigrí que nadie posee.

Así, Noroña ha construido una lógica impecable: afirma que no puede hacer nada sin un pueblo organizado, pero también que cualquiera que se organiza para reclamarle deja de ser pueblo y se convierte, a sus ojos, en un grupo de conservadores hipócritas. Un gaslighter perfecto.

Quién lo hubiera imaginado. En la hora del pueblo, Noroña se asemeja peligrosamente a uno más de esos políticos que disfrutan las mieles del poder sin acusar de recibo por las responsabilidades que el mismo poder entraña.

Las irresponsabilidades de Noroña ya han hecho mella en la arena internacional. Apenas hace dos días, el senador, haciendo un Gustavo Petro, tuvo a bien confrontarse abiertamente con las autoridades de Estados Unidos en redes sociales.

La imprudencia le valió un nuevo regaño de Sheinbaum. México cuenta con un equipo de negociación volcado en preservar la frágil estabilidad de la relación bilateral. La propia Sheinbaum dedica una parte sustantiva de su agenda semanal a construir una relación de profesionalismo y cordialidad con el ogro que hoy encabeza Estados Unidos. Todo, para que en un arrebato, Noroña fracture ese delicado equilibrio en busca de likes y corazones flotantes.

Tal parece que la prudencia de Noroña no la merece nadie. Ni siquiera el pueblo mismo.

Otra contradicción que salta a la vista es su conducción de las sesiones del Senado. Formado en la rechifla y el descontento de la oposición de izquierda, cabría esperar que Noroña tuviera una mayor cordialidad hacia quienes hoy representan la minoría política que él fue. No es así.

Por el contrario, Noroña ha instaurado una nueva norma en el Senado según la cual puede silenciar el micrófono de sus pares si exceden del tiempo asignado. Una regla inédita, que jamás se aplicó cuando congresistas de Morena pronunciaban discursos de hasta media hora.

El nuevo Noroña, movido por una hasta ahora desconocida fascinación por el cumplimiento de las reglas parlamentarias, se ha encumbrado como el dueño del reloj y la guillotina. No importa la pertinencia ni la gravedad de los agravios expresados por sus pares: él está ahí para cortarlos a tiempo. Silenciador en jefe.

El espectáculo es vergonzoso. El presidente del Senado, ataviado con trajes o guayaberas de finos bordados, silencia sin previo aviso a su desmembrada oposición. De pronto, el recinto queda en silencio forzado, mientras quien hablaba, aun con la boca en movimiento, se ve reducido a hacer gestos mudos. El auditorio deja de oír los reclamos que se hacían a Morena para escuchar a Noroña, quien con voz apacible recuerda que el tiempo se acabó.

La escena es una brutal coreografía del poder. De ese mismo poder contra el que Noroña luchaba. Aquel que humilla al discrepante y exalta al que manda.

En privado, incluso algunos morenistas confiesan que todo esto les resulta innecesariamente arrogante. Nadie sabe, ni logra explicar, cómo fue que el afán de gobernar terminó por devorarlos de esta manera.

De fondo, el problema es un exceso de confianza, alimentado por la certeza de que “Morena gobernará por 40 años”, como frecuentemente recuerda Noroña. Con la oposición hecha trizas, el senador asume que al pueblo no le queda más que aceptar sus desplantes, su turismo político, sus humillaciones, su desdén por las demandas laborales, su confrontación constante con los desposeídos, su control autoritario del Senado.

Pero no, al pueblo siempre le queda de otra. Es tiempo de sosegarse y recordar que el poder obliga, no solo consagra.

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Sobre la firma

Viri Ríos
Académica y analista mexicana experta en política pública. Instructora en Harvard Summer School, ha sido profesora visitante en la Universidad de Harvard y Purdue, y académica invitada en el Wilson Center. Su libro "No es normal" recibió el Premio al Liderazgo Latinoamericano 2022. Doctora en gobierno por la Universidad de Harvard.
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