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HOMBRES
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La fotopolla como retrato de nuestra masculinidad

No funcionan como certificado ni retrato ni selfie de nada más que de las grandilocuentes pretensiones de sus autores

Foto hombre

Imagínese usted una fotopolla. Tómese su tiempo si hace falta. Constrúyala en su mente tirando de imaginación o simple recuerdo. Si aún no es capaz de visualizar tal cosa le diré que debería reservar el centro de esa imagen para, en efecto, una polla. Le diré también que en la mayoría de casos este tipo de instantáneas están hechas desde arriba, en plano picado, pues el autor de la fotografía suele ser el propietario del pene retratado. Son imágenes en las que el fondo no tiene ningún interés (un suelo cualquiera es válido) y en las que la calidad artística es irrelevante. Da un poco igual la óptica, la luz e incluso la composición de la imagen pues el valor de este tipo de fotografía es intrínsecamente documental. Una fotopolla viene a ser algo así como un certificado, un retrato, un selfi de lo íntimo.

Déjeme ahora, con la fotopolla en cuestión ya en su cabeza, adivinar en qué estado está el pene que ha imaginado. Es muy probable que el falo que haya usted evocado esté erecto. Sí, muy probablemente se trate de un pene en erección porque las fotopollas son, en esencia y por costumbre, fotos de pollas erectas. Se acostumbran a producir en contextos sexuales pero déjenme apuntar que la cuestión trasciende, sin duda, el ámbito del catre. El porno ha matado la poética, la literalidad ha conquistado el ámbito sexual y el ámbito sexual, a su vez, ha desbordado. Por todo ello las fotopollas son, a día de hoy, una representación de la masculinidad imperante. Y claro, llegados a este punto, debería usted estar preocupado.

Preocúpese usted porque las fotopollas que pasan de un móvil a otro ―recorriendo el ciberespacio para ello― son retratos de la excepción. Cuando un hombre envía una fotopolla muestra su pene en su forma excepcional. Esconde la forma común, regular y natural de sus genitales y opta por hacer pública la excepción porque cree que esta le representa de forma más fiel. Cree que la rigidez le representa. La fuerza. El aguijón. La lanza. El arma. Cree que la erección es la mejor expresión de su yo.

Y aquí, claro, es donde tenemos un problema. Que la máxima representación de los hombres, las fotopollas, sean por norma pollas empinadas es un problema de orden mundial. Porque las pollas, señores, señoras, están lejos de ser eso. Esas pollas rígidas comúnmente retratadas están lejos de ser un documental de nada más que de la anormalidad. No funcionan como certificado ni retrato ni selfi de nada más que de las grandilocuentes pretensiones de sus autores. Porque los penes, así en general y durante la inmensa mayoría de horas del día, son un pellejo colgante, una cagarruta de carne, un globo desinflado, el calcetín sucio de un bebé.

Partiendo de esa base sería interesante ―e incluso necesario― dar la vuelta a lo que venimos llamando “fotopollas”. Debemos empezar de inmediato a naturalizar los penes flácidos, a retratarlos en su flacidez, a entender que esa cosa blanda y fofa nos representa muchísimo mejor que cualquier anecdótica erección. Si conseguimos dar la vuelta a la representación del hombre quizás así, de rebote, cambiaremos a este hombre erecto eminentemente tóxico. Porque sí, hay que cambiar especialmente a este hombre que ―casualmente― suele ser el mismo que manda fotopollas a quien no se las ha pedido; ese mismo que se cree atacado cuando le exigen menos lanzas y más pellejos; ese ridículo pavo real que va pavoneándose por ahí en una granja-escuela.

Y ahora, claro, imagínese usted una fotopolla.

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