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40 años del Tratado de Adhesión: el europeísmo español resiste con grietas

El 12 de junio de 1985 España firmó su ingreso en la Comunidad Económica Europea, hito que se produjo el 1 de enero del año siguiente

Firma del tratado de adhesión de España a la CEE en Madrid, el 12 de junio de 1985.
Manuel V. Gómez

En cada país de la UE, Europa significa algo distinto: “Para Francia, la esperanza del renacimiento; para Alemania, la de la redención; para Bélgica, el pegamento de la unidad nacional; para España, la vuelta de la democracia…”. Esa multiplicidad de significados, que define el profundo conocedor de la Unión Luuk van Middelaar en su libro Alarums and Excursions [“Alarmas y Escaramuzas”], en España (y en Portugal) se llenó de imágenes el 12 de junio de 1985, cuando se firmó el Tratado de Adhesión a lo que entonces se llamaba la Comunidad Económica Europea. Y es ahí, en el espaldarazo a la reciente democracia, más que en la ingente cantidad de millones que han llegado desde Bruselas en este tiempo para invertir en infraestructuras o en la política agraria, donde hay que buscar el vigor del europeísmo durante cuatro décadas, según apuntan todas las fuentes consultadas para el artículo, que tampoco olvidan que España no es una excepción y ha visto crecer la hostilidad hacia este sentimiento en los últimos tiempos con la ultraderecha de Vox como síntoma.

La teoría de Van Middelaar la respalda Joaquín Almunia, entonces ministro de Trabajo y años después comisario europeo: “Europa ayudó a consolidar la democracia en España. Sin nuestra pertenencia a la UE, nuestro futuro hubiera sido más incierto”. El ingreso se produjo efectivamente el 1 de enero de 1986. Mirando al pasado desde el presente, puede parecer que el resultado actual era el único posible. Pero no era así el 12 de junio de hace 40 años, pocos días antes se había desarticulado un intento ultra de magnicidio contra el rey Juan Carlos y el entonces presidente del Gobierno, Felipe González, y esa misma jornada ETA trató de reventar la firma con tres atentados en los que asesinó a cuatro personas (al coronel Vicente Romero y a su chófer, Juan García, al artificiero de la policía Esteban del Amo y al brigada José Millarengo de Bernedo).

El exvicepresidente de la Comisión Europea Margaritis Schinas, profundo conocedor de España, apuntala esa visión desde su óptica griega y, sobre todo, bruselense, pues tiene una larga trayectoria en la capital comunitaria: “El punto de partida de esto es que España, como para mi país, Grecia, la adhesión era una apuesta ganada de modernidad. Era una cosa histórica. Dudo que en el siglo XX, España y Grecia [que ingresó en la UE en 1981] tuvieran un hecho tan trascendental como la adhesión, de un país periférico a uno central”.

Otra de esas personas con larga trayectoria en las instituciones europeas y también multilaterales, la exministra Arancha González Laya, apunta a que la UE ha servido a España a “disciplinarse internamente”, a desplegar reformas y políticas que de otra forma habrían sido más difíciles de hacer.

“Hay que enmarcar Europa dentro de la política española. Es algo histórico que ya decía Ortega: ‘España como problema, Europa como solución’. En el momento en que se produce la transición, entrar en el club europeo da el marchamo y el sello de calidad. Hay que conocer este mito para entender el reservorio de europeísmo que tiene España”, analiza Pablo Simón, profesor de ciencia política en la Universidad Carlos III. Porque si por algo destaca España todavía entre los Estados es por su opinión pública europeísta. Una encuesta de 40dB. que publicaba este periódico hace apenas un mes situaba en el 74% los españoles se declaraban “totalmente europeístas”.

Lo mismo puede decirse cuando se compara con otros países. No tanto cuando se habla de confianza en las instituciones de la UE, porque la respuesta de los españoles a esta pregunta siempre es de mucho más desapego a toda institución nacional, regional o europea. E incluso así, se sitúa justo en la media, un 52% “tienden a confiar”. Se ve más en el apoyo a políticas determinadas o las respuestas afirmativas a preguntas como si se cree que “la UE necesita más medios para afrontar los retos mundiales actuales”. Según el Eurobarómetro de marzo, un 85% de españoles decía que sí frente a un 76% del conjunto de la Unión.

Y ese europeísmo también se traslada a la arena política. En la actualidad, pocos países de la UE tienen entre sus dos primeras fuerzas a dos partidos políticos claramente decantados por el europeísmo, especialmente entre los Estados más grandes. España, sí: PSOE y PP, dos formaciones cuyas familias europeas han sido clave en la construcción de la UE. Como recuerda Ignacio Molina, investigador del Instituto Elcano, “si se toman las últimas elecciones en los 12 mayores Estados de la Unión, el primer o segundo partido es uno de derecha nacionalista”. Pero Vox no es un fenómeno que se pueda ignorar, como tampoco lo fue el primer Podemos, en el que, con sordina, también había rasgos euroescépticos.

España, por tanto, no es ajena al contexto que vive Europa. El populismo ultranacionalista no ha tenido su catalizador en el antieuropeísmo como sí que lo fue en el Reino Unido, ni siquiera en asuntos que provocan gran división en la arena de la Unión, como la migración. Fue el independentismo catalán el que lo disparó. Pero eso no quita que el euroescepticismo anide ahí, como también lo hace en torno al activista ultra Alvise Pérez. “Cuándo hemos visto aquí que se hable de política europea en un pacto para los presupuestos de una comunidad autónoma”, apunta Simón, señala en referencia a los acuerdos que el PP ha alcanzado con Vox para aprobar las cuentas públicas en la Comunidad Valenciana, en Murcia y en Baleares, que incluyen críticas de alto calibre, por ejemplo, al Pacto Verde europeo.

“Hay razones para pensar que eso tiene menos recorrido que en otros países”, apunta Simón, que, no obstante, advierte de que estas posturas “se prefiguran hacia el futuro, esto mueve a la opinión pública”. Y ahí es donde este investigador ve la posibilidad de que fuerzas euroescépticas acaben condicionando la posición de un futuro Gobierno en Bruselas, aunque esté comandado por un partido proeuropeo. La referencia a Vox y PP es evidente.

Molina, en cambio, ve una oportunidad. Pero aún hay mucho margen de mejora. “Un país con casi 50 millones de habitantes, con esa sociedad europeísta, podría ser mucho más influyente de lo que es ahora España. Y muchas veces Polonia, cuyo europeísmo pende de un hilo, como vimos el otro día en sus elecciones presidenciales, influye más”, apunta el investigador de Elcano, tomando una de las críticas que suele oírse en Bruselas, que los españoles boxean por debajo de su peso en la arena europea. “Sin duda hay una oportunidad, porque a pesar de ese 15% que vota a Vox, sigue habiendo una mayoría europeísta. Pero hay que dejar de pensar en términos orteguianos”. Es decir, España como solución.

Para eso, el exvicepresidente Schinas pide un mayor entendimiento entre el PSOE y el PP. “El interés del populismo, de izquierdas y derechas, es menos Europa. No digo que quieran sacar a España de la UE o de euro, pero tienen una visión de menor calibre y menor ambición. Con un entendimiento central, se podría hacer mucho más”, subraya este griego, miembro del Partido Popular Europeo y también exportavoz del Ejecutivo comunitario.

“El proeuropeísmo se demuestra andando, participando en consensos. No es solo responder muy proeuropeo y al día siguiente estar en contra de una mayor integración. España ha contribuido mucho, incluso antes de entrar en la Unión, desde el exilio, en la oposición democrática”, apunta Almunia.

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Sobre la firma

Manuel V. Gómez
Es corresponsal en Bruselas. Ha desarrollado casi toda su carrera en la sección de Economía de EL PAÍS, donde se ha encargado entre 2008 y 2021 de seguir el mercado laboral español, el sistema de pensiones y el diálogo social. Licenciado en Historia por la Universitat de València, en 2006 cursó el master de periodismo UAM/EL PAÍS.
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