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Sheila Loewe: “Me maravilla cómo los artesanos son capaces de pensar con las manos”

El premio de la Fundación Loewe vuelve a España en su octava convocatoria. La presidenta de la institución explica la filosofía de unos galardones que elevan el trabajo artesano a categoría de arte

Craft Prize de Loewe

Arte y artesanía: tan cerca pero a veces tan lejos. La distinción entre la que se ha considerado como la más elevada forma de expresión creativa y los oficios manuales (al servicio de la comunidad), que ya quisieron resolver en su día los maestros de la Bauhaus alemana, vuelve a recorrer el Craft Prize 2025, el galardón con el que la Fundación Loewe reconoce la excelencia, el mérito artístico y la innovación en las prácticas artesanas. Un premio de prestigio internacional que, en su octava edición, regresaba a Madrid, la ciudad que lo vio nacer en 2016. A finales de mayo, el Museo Thyssen-Bornemisza vio alzarse victorioso al japonés Kunimasa Aoki, merced a una escultura anamórfica de terracota que impresionó al jurado. El nigeriano Nifemi Marcus-Bello y el estudio indio liderado por Sumakshi Singh consiguieron sendas menciones especiales del comité de expertos, que no lo ha tenido fácil para seleccionar los 30 finalistas entre las 4.600 propuestas de artistas/artesanos de 133 países. Aunque, en realidad, aquí ganan todos, porque las obras que han llegado a la final encuentran en el Loewe Craft Prize un escaparate excepcional en la exposición del mismo museo (hasta el 29 de junio). Y que cada cual decida si se trata de arte o artesanía.

“Este proyecto ha conseguido romper esas barreras, de manera que es posible llevar la artesanía a una galería de arte contemporáneo o a una exposición museística. Hablamos de algo tan sencillo, o tan complicado, como de la artesanía con ambición artística, de visión, talento e innovación, cosas difíciles de describir, pero fáciles de sentir”, concede Sheila Loewe (Madrid, 1974), presidenta de la Fundación Loewe. Establecida en 1988 por su padre, Enrique Loewe Lynch, cuarta generación de la familia que dio nombre a la que hoy se reconoce como firma de moda de lujo y último miembro de la saga ligado a la marca (que pasó a manos del conglomerado francés LVMH en 1996 tras diversas vicisitudes financieras), la institución es uno de los faros culturales españoles de mayor alcance y calado, campeona desde sus inicios en la promoción y mecenazgo de la literatura (su Premio Internacional de Poesía es el más importante del ámbito privado en España), la danza, el diseño industrial y la fotografía. Ligada por origen a la excelencia del trabajo de marroquinería, sorprende sin embargo su foco tardío en la artesanía, que solo prosperó por empeño personal de Jonathan Anderson, el que fuera director creativo de Loewe hasta hace un par de meses. “La verdad es que empezamos en 2014, y estuvimos casi un par de años reuniéndonos con directores de museos y ferias, con artesanos y artistas, para entender qué era lo que necesitaban. Porque también es cierto que, en ese momento, el arte y el diseño se percibían de una manera más elevada, mientras la artesanía estaba por ahí, sin espacio definido”, explica la presidenta de la Fundación Loewe.

Pieza del artista nigeriano Nifemi Marcus Bello con la que ganó una de las dos menciones especiales del jurado.
Embracing Lotus, de la surcoreana Sunyi Shin.

Finalista de esta convocatoria del Craft Prize, Dickens Otieno (Migori, Kenia, 45 años) iba para ingeniero, pero las calles de Nairobi le condujeron al arte urbano. Pintor muralista en el gueto de Kibera al amparo del colectivo Maasai Mbili, trasteando un día con una lata de cerveza vacía tuvo una revelación: era tan ligera que decidió cortarla en tiras, y en las láminas resultantes descubrió la versatilidad de la palma y el papiro. Desde entonces, teje esculturas y tapices monumentales con las hojas metálicas que arranca de uno de los desechos más comunes de nuestro tiempo. De profunda lectura social, su obra fue la estrella del pabellón keniata en la Bienal de Venecia de 2022. A la pregunta de si lo suyo es arte o artesanía, responde: “Soy escultor”.

Marie Isabelle Poirier-Troyano (Antequera, 54 años), otra de las elegidas para la gloria, se formó para las artes gráficas en París, pero también tuvo su epifanía mientras ejercía como diseñadora de mobiliario e interiores: fascinada por las tradiciones textiles a las que tuvo por el que fue su trabajo durante tres décadas, decidió incorporarlas como expresión plástica cuando al fin dio rienda suelta a lo que denomina su “fibra artística”, en 2014. Por eso las artesanías son clave en las piezas escultóricas de esta francoespañola, ya sean el punto de cruz normando (que aprendió de pequeña con su abuela sa), los bordados e hilaturas de la serranía de Ronda (territorio familiar materno, donde reside) o el teñido shibori nipón (típico de los kimonos), con las que conecta además con un legado de eminente transmisión femenina. Cuando es preguntada si se considera antes artesana que artista, contesta: “Yo soy artista”.

Sheila Loewe, en la sala del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid, donde se falló la octava edición del Craft Prize y que acoge la exposición con las 30 obras de los finalistas.

Kobina Adusah (Ghana, 25 años) aún tiene reciente su licenciatura en Artes Industriales por la Universidad de Ciencia y Tecnología Kwame Nkrumah, en Kumasi. Se especializó en cerámica porque de esa manera podía honrar la cultura akan, a la que pertenece. Realizada sin rueda o torno de alfarero, por tradición se enfoca en objetos funcionales que, además, se terminan sin esmaltar, pero el joven la trabaja con talante escultórico, tanto que sus piezas de terracota profusamente talladas con motivos geométricos cargados de simbolismo han encontrado su sitio en las galerías de arte y en la selección del Craft Prize. Al inquirirle si es más artesano que artista, mira extrañado y replica: “¿Cuál es la diferencia?”.

“Creo que las etiquetas son lo de menos”, tercia Sheila Loewe, retomando el debate: “Habrá quien se considere artista, habrá quien diga ser artesano y habrá a quien las categorías no le importen en absoluto”. De las tres hijas de don Enrique, como le llaman hasta en China y Japón, solo ella ha seguido los pasos del progenitor. El apellido le pesa, mucho, pero para bien, dice: “A mí me preguntabas a los 15 años que quería hacer de mayor y respondía que trabajar en Loewe. Mi padre siempre nos repetía a mis hermanas y a mí que lo que más le horrorizaría es que acabáramos en la empresa porque nos llamábamos Loewe. No quería hacernos esa faena, ni hacérsela a él. Pero el nombre solo me ha aportado cosas maravillosas: estar cerca de la cultura, conocer el idioma universal de la creatividad… Es una suerte poder seguir cuidando un legado tan especial”. Licenciada en Derecho, aunque nunca ha ejercido (“no sabía qué estudiar, quería hacer Psicología, pero mi madre impuso su voluntad, que primero tenía que hacer Derecho y ya después Psicología”, rememora entre risas), suceder a su padre al frente de la fundación surgió de forma natural. Ocurrió en 2012: “Me llamó la entonces directora de la firma [Lisa Montague, artífice de la estrategia de crecimiento de la casa], sin consultarlo con mi padre, para preguntarme si me gustaría hacerme cargo de la presidencia cuando él se retirara. Le solté: ‘I’m your man’, así, tal cual. Me hacía ilusión, pero me imponía mucho respeto. Y me lo sigue imponiendo”.

El artista japonés junto a Sheila Loewe, presidenta de la Fundación Loewe.

La relevancia ganada por Loewe en la última década le ha allanado el camino. Porque, a efectos económicos, es la marca la que sostiene su brazo armado intelectual. “Invertimos en proyectos bonitos, pero no les vendemos bolsos, ¡ja, ja, ja! Mi padre siempre dice que LVMH tuvo el acierto de respetar el valor de una empresa española y entender su alma. También por lo que respecta a la fundación, porque podían haberla discontinuado sin problema, pero conocieron el premio de poesía y se dieron cuenta de que merecía la pena seguir apoyándola. Y muy generosamente, por cierto”, ite la presidenta.

La irrupción del tándem estadounidense Proenza Schouler en la dirección creativa en reemplazo de Anderson, con lo que eso significa de cambio de talante y filosofía, no le preocupa: “Todo lo que espero es bueno. La fundación tiene 37 años y seguro que se querrán sumar a ella, porque me consta su iración por la historia de la marca y su legado”. Sobre la situación de los artesanos españoles prefiere no pronunciarse: “Aquí tenemos mucho más patrimonio que apoyo, es verdad, pero disponemos de lo más complicado: la creatividad, y eso no tiene precio”. Y se despide con una reflexión: “Me considero afortunada de estar tan cerca de la belleza. La artesanía es como parar el tiempo, enamorarte de la materia y comunicarte con ella. Me maravilla cómo los artesanos son capaces de pensar con las manos. Soy mejor persona gracias a ellos”.

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